En primer lugar, voy a intentar describir el hogar en el que, por el amor de mis queridos padres, vine al mundo, en la ciudad de Alicante, un mes de agosto de 1915.
Nací en el número 34 de la calle de Riego, hoy tras largo discurrir del tiempo, llamada calle del Teatro, después de haberse llamado antes del General Goded.
Era una casa de planta baja y dos pisos. En la planta baja vivían, hasta mi llegada, mis padres y mi hermano Antonio. Se trataba de una vivienda humilde en la que viví durante doce años, con la tranquilidad que da el ser atendido con cariño y con las máximas atenciones de tus seres queridos.
Era una casa de planta baja y dos pisos. En la planta baja vivían, hasta mi llegada, mis padres y mi hermano Antonio. Se trataba de una vivienda humilde en la que viví durante doce años, con la tranquilidad que da el ser atendido con cariño y con las máximas atenciones de tus seres queridos.
En el interior, subiendo cinco escalones, se accedía a la vivienda, que constaba de un amplio comedor-cocina que se asomaba a la calle por un gran ventanal enrejado, que era, para nosotros, un gran entretenimiento, ya que pasábamos mucho tiempo en su rellano, contemplando el exterior, mientras jugábamos.
A la izquierda del ventanal había un espacio, con su barandal de obra, que servía de resguardo para no caer por la escalera. En este rincón disponíamos de una mesa que utilizábamos para estudiar y hacer los trabajos escolares. También había un armario en un hueco de la escalera que, desde el portal contiguo al nuestro, servía para subir a los pisos superiores. En este hueco almacenábamos nuestros escasos juguetes y el, no menos escaso, material escolar.
A la derecha del comedor estaba la cocina, en cuyo lado había una “gerra” embutida en obra que mi madre llenaba con el agua que traía desde la cercana Plaza Nueva (Hernán Cortés) y que utilizaba para las atenciones familiares.
Al lado de la cocina estaba la despensa y, a continuación, un pasillo con tragaluz que llevaba a una gran habitación excavada dentro de la “Muntanyeta”. Esta habitación era la de mi hermano, y después también la mía. Por ser una verdadera cueva, era cálida en invierno y fresca en verano. Desde el comedor-cocina se pasaba a la habitación de mis padres.
A pesar de su modestia, esta casa fue un hogar que toda la vida he recordado cariñosamente, por haber vivido en él grandes momentos de felicidad, y en los que mis primeros años de vida fueron gozosos y nunca tuve envidia de otros hogares amigos, con mayor poder económico.
Al lado de mi casa, el señor Paco tenía una bodega, con cuadra anexa ya que, con sus carros, iba en busca de los vinos que, posteriormente vendía en su establecimiento. Tenía un hijo y una hija, grandes amigos míos, con los que mantuve relación durante muchos años.
En los pisos superiores de mi casa vivían, en el primero, la familia Aracil, a los que he seguido la pista, continuando con la amistad. Aunque, desde hace relativamente poco tiempo, carezco de noticias suyas.
En el segundo vivía la familia Pericás y un primo suyo apellidado Sanz, con los que mantuve contacto, al menos con uno de ellos, ya que era camarero del Casino. Desgraciadamente, no sé nada de ellos desde hace años.
Al otro lado, en el bajo, vivían mis “tetas”Concha y María, con su padre. Ellas eran coristas en el cercano Teatro Principal, donde siempre encontraban trabajo cuando lo necesitaban. Su padre trabajaba en un almacén de almendras. Cuando llegaba por la tarde, acabada su jornada laboral, solía esperarlo en la puerta ya que, en el doble de su pantalón, traía escondidas algunas almendras, que me daba.
Entre otras familias cercanas estaba la del maestro pintor Víctor. Apellidado Viñes, cuyo hijo, llamado igualmente Víctor, fue oficial de prisiones y muy conocido en Alicante por su programa radiofónico “Al pie del Benacantil”, famoso en su momento. Después, cuando se iniciaron las competiciones hípicas en el Tossal de San Fernando, dirigiría las apuestas, siendo posteriormente el primer Director Provincial de las Apuestas Mutuas Deportivas Benéficas, la clásica Quiniela, en Alicante. A su muerte, la viuda continuó con el negocio. Por cierto, que una de sus hijas, Mari Carmen, fue gran amiga mía ya que fui su profesor en una época que, cuando llegue el momento, desarrollaré.
Otra familia era la de Evaristo Pérez, cuyo padre tenía un taller de reparación de motores marinos, en la carretera de Elche, cerca de la Estación de Murcia. Evaristo, su hijo, protagonizó uno de esos hechos que me habréis oído contar muchas veces.
Como muchos domingos, acompañaba a mi madre cuando iba a jugar con sus amigas, a la lotería o a las “siete y media” entre otras cosas, y estando en ello llamaron a la puerta de la calle. Al abrir, subieron hasta el primer piso unos hombres cargados con el susodicho Evaristo que, según dijeron, se lo habían encontrado tendido en la acera del Cine Salón Moderno y, al haberlo reconocido uno de ellos, lo llevaban a su domicilio. El incidente produjo una fuerte conmoción entre el vecindario, por lo que se había armado un gran revuelo. Así que lo entraron a la habitación de sus padres, lo acostaron y comenzaron a desnudarlo. Cuando le quitaron los zapatos, para sorpresa de todos, el interfecto se levantó de pronto diciendo: “Gràcies a Déu!! Quin descans!”. Por lo visto, le apretaban tanto los zapatos que no podía dar ni un paso … Sin comentarios.
Otra familia era la de Evaristo Pérez, cuyo padre tenía un taller de reparación de motores marinos, en la carretera de Elche, cerca de la Estación de Murcia. Evaristo, su hijo, protagonizó uno de esos hechos que me habréis oído contar muchas veces.
Como muchos domingos, acompañaba a mi madre cuando iba a jugar con sus amigas, a la lotería o a las “siete y media” entre otras cosas, y estando en ello llamaron a la puerta de la calle. Al abrir, subieron hasta el primer piso unos hombres cargados con el susodicho Evaristo que, según dijeron, se lo habían encontrado tendido en la acera del Cine Salón Moderno y, al haberlo reconocido uno de ellos, lo llevaban a su domicilio. El incidente produjo una fuerte conmoción entre el vecindario, por lo que se había armado un gran revuelo. Así que lo entraron a la habitación de sus padres, lo acostaron y comenzaron a desnudarlo. Cuando le quitaron los zapatos, para sorpresa de todos, el interfecto se levantó de pronto diciendo: “Gràcies a Déu!! Quin descans!”. Por lo visto, le apretaban tanto los zapatos que no podía dar ni un paso … Sin comentarios.