Dedicatoria





Dedico estas memorias
a mis hijos y a mis nietos

para que, cuando las lean,
recuerden a sus padres y abuelos.

Las escribo con todo el cariño
que por ellos siento.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Carnavales

Los juegos callejeros no solo eran cosa de niños, los jóvenes, de hasta 18 años, también iban en “pandillas” y tenían sus juegos. Recuerdo una vez en que, entre ellos, hicieron apuestas para ver quién daba más vueltas alrededor de la Explanada. Todo el mundo, grandes y pequeños, nos trasladamos hasta el paseo para ser testigos de tan singular disputa deportiva.
En aquellos años había dos tipos de cajas de cerillas, las de lujo y las populares. Ambas, lucían en su exterior llamativos anuncios de diversos productos, y nosotros las coleccionábamos y las utilizábamos como objeto de trueque en nuestros juegos. Muchas veces recorríamos las calles céntricas de la ciudad en busca de las cajas vacías que los fumadores tiraban al suelo.
Conforme se iban urbanizando, los alrededores de la Muntanyeta fueron tomando forma en lo que sería el Paseo de Soto, en el que hasta entonces tan solo había una gran finca llamada “Casa de Gomis” y, al final de lo que sería el actual paseo, esquina con la Alameda, en los terrenos que posteriormente serían ocupados por los grandes almacenes “Galerías Preciados”, tan solo se levantaba el almacén de maderas, hierros y carbones, de la firma Mateu y Bonet.
En frente, junto a la Iglesia de San Francisco, había varias casas. La primera de ellas, esquina con el Paseo de la Reina Victoria (hoy de Calvo Sotelo), tenía sus bajos ocupados por “Casa Pallús” a la que, por Navidad y por “monas” iba a comprar la harina con la que mi madre elaboraba las pastas y toñas propias de esas fiestas. Los propietarios eran los hermanos Valero, uno de ellos, llamado Pepín, durante la Guerra Civil, ocupó un alto cargo en Abastos.
Como ya he dicho, era costumbre celebrar cualquier fiestas durante tres días, así ocurría con el Carnaval que comenzaba la noche del sábado con la celebración de “Baile del Diario”, que organizaba el “Diario de Alicante” en el Teatro Principal.
Para poder llevar a cabo el baile en el teatro, debía instalarse un entarimado que cubría el patio de butacas, igualándolo en altura con el escenario, lográndose así un gran salón de baile.
Este baile era muy popular. La entrada tenía que ser por invitación, facilitada por el diario y que, para obtenerla, se recurría a todo tipo de amistades y relaciones posibles. Como es lógico, para asistir al mismo era obligado el uso de disfraz, lo que, en muchas ocasiones, era motivo de sorpresas y confusiones, al ser habitual que las parejas de novios y amigos, concurrieran separadamente al baile ignorando que el otro o la otra también había acudido de incógnito.
El domingo por la tarde, se dedicaba a los niños. Yo, una vez concurrí a unos de esos bailes infantiles, disfrazado de Don Juan Tenorio.
En muchas sociedades, de las que en aquellos tiempos abundaban en Alicante, también se celebraban bailes y, durante los tres días, por la tarde-noche, en la Explanada, por la calzada en la que se encontraban las cafeterías y otros establecimientos hosteleros, tenía lugar el desfile de carruajes, disfraces y grupos carnavaleros. Durante el cual se entablaba una festiva batalla, entre la comitiva y el público que asistía al espectáculo.
Nosotros, tan pronto como terminábamos de comer, nos íbamos hacia la Explanada para ocupar  sillas en un buen lugar, para toda la familia y poder así tomar parte en tan singular contienda.

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