Dedicatoria





Dedico estas memorias
a mis hijos y a mis nietos

para que, cuando las lean,
recuerden a sus padres y abuelos.

Las escribo con todo el cariño
que por ellos siento.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Una montaña rusa en la Plaza de la Independencia


La zona en la que yo vivía, o sea, los alrededores de la calle de Riego y de la Muntanyeta, era entonces muy céntrica aunque, no tanto como lo es en la actualidad.

La cercana avenida de Alfonso El Sabio, ya estaba completamente urbanizada hasta la que se llamó Plaza de la Independencia, después de Catalunya y, en la actualidad de los Luceros. Esta plaza también estaba trazada en su totalidad aunque faltaban, en algunas zonas, edificios por construir. Principalmente en el cuadrante, entre lo que hoy es General Marvá y la actual avenida de la Estación.

Toda esta zona estaba ocupada por un gran montículo de tierra arcillosa que, en la parte más próxima a los Salesianos, ya construidos, tenía un horno de cal (una calera), que era alimentado desde la parte superior del montículo, las estribaciones del cual llegaban hasta las cercanías de “La Kábila”.

La calle del General Marvá, era un lugar absolutamente despoblado, y cerca de lo que hoy sería su final, estaba “L’Hort de les Burretes” en el que se expendía leche de burra y al que nosotros solíamos acudir a recoger “naps dolços” (remolacha azucarera).

El edificio de los Salesianos se situaba en la parte opuesta a la iglesia (hoy parroquia de María Auxiliadora). Había una gran nave ocupada por el teatro, donde también se proyectaban películas de cine. Asi mismo, el colegio contaba con un gran patio en el que se practicaban diversos deportes, entre ellos el fútbol.

Los domingos, la mayoría de los niños solíamos acercarnos a los Salesianos para jugar o ir al cine, claro está que, para poder hacerlo teníamos que ser socios del Circulo Domingo Savio, lo que nos compensaba al poder disfrutar de un lugar donde ir a pasarlo bien los domingos o días de fiesta.

Como, a la ida y a la vuelta, teníamos que pasar por el montículo arcilloso al que antes me he referido, cuando llovía, se nos adhería tal cantidad de barro en las suelas de los zapatos, que parecía que hubiésemos crecido un palmo.

Recuerdo que un año se instaló, en la Plaza de la Independencia, una enorme Montaña Rusa de madera. Creo que ha sido la única vez en que los alicantinos hemos podido disfrutar de una atracción de estas características en plena ciudad.

El aparato tenía que producirse la propia energía eléctrica que precisaba para su funcionamiento, mediante unos potentes alternadores que provocaban un ruido tan fuerte que llegaba hasta donde nosotros vivíamos.

Lamentablemente, yo no pude subir a esa montaña rusa porque era demasiado pequeño. Pero, durante todo el tiempo que permaneció en Alicante, los niños nos divertimos mucho tan solo viéndola funcionar.

A pesar de la calma que habitualmente disfrutábamos en el barrio, de vez en cuando se producía algún alboroto que perturbaba la tranquilidad general. Según oí un día comentar a mis padres, parece ser que, en una casa de la calle Jerusalén, que llamaban “de la Francesa”, más de una vez, se alteraba gravemente el orden. En la casa de mujeres de vida alegre allí instalada, y a consecuencia de las discusiones provocadas por cuestiones de celos o intereses económicos, se solían producir disputas en las que frecuentemente salian a relucir las armas blancas con graves resultados, la mayoría de las veces.

Los niños, cuando oíamos hablar de estas cuestiones, nos asustábamos ya que, lo que se hacía en estas casas, era para nosotros todo un enigma.

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